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¿Qué es el miedo? ¿Dónde nace? ¿Cómo reacciona nuestro cerebro?

El miedo es una de las seis emociones primarias del ser humano, junto a la tristeza, la sorpresa, la alegría, la ira y el asco.

Entendemos el miedo como aquella sensación que nos provoca angustia, es la reacción de nuestro cuerpo ante un posible peligro, en algunas ocasiones real, en otras ocasiones imaginarias.

La sensación “miedo” se desencadena con un estímulo de estrés en el cuerpo, seguido de una liberación de sustancias que provoca reacciones corporales tales como aceleración de corazón y respiración, tensión corporal, temblores …

Algunos de los miedos tienen su origen en nuestros propios pensamientos, que pueden ser reales o no, en otros casos los miedos pueden ser causados por una potencial amenaza, una situación inesperada que sabemos de antemano no vamos a poder controlar (la presencia cercana de un oso, por ejemplo) y, según algunos estudiosos, existen otros miedos que pueden ser considerados inherentes al ser humano, miedos básicos tales como la oscuridad o la muerte.

Existen también diversos estudios que indican que muchos de los miedos / fobias que tenemos las interiorizamos a través de aprendizaje asociativo. Este tipo de aprendizaje tiene lugar cuando dos elementos se conectan en nuestro cerebro. (Por ejemplo, si asociamos el despertador a madrugar, y entendemos el madrugar como algo desagradable, esta misma sensación viviremos al ver un despertador).

Procedan estos miedos del aprendizaje asociativo, de pensamientos internos o estímulos externos, todos ellos tienen un origen compartido.

¿Es necesario el miedo?

En muchas ocasiones, nos sorprendemos diciendo a alguien o a nosotros mismos un  “no tengas miedo”, y es que soñamos con una vida sin miedo. Consideramos el miedo como uno de nuestros peores enemigos, y huimos de él como del demonio. Pero… ¿os habéis preguntado qué pasaría si no tuviésemos la sensación de “miedo”?

Lo cierto es que el miedo nos hace reaccionar de diversas maneras. Ante una señal de alarma, nuestro organismo responde. Y esta respuesta puede ser tan antagónica como huir o parar, es decir, huir del peligro (correr) o entrar en colapso (parar), el poder del miedo sobre nosotros es tal que puede llegar a paralizarnos.

Nos paralice o no, nos haga huir o no, el hecho es que el miedo, aunque no lo parezca, es un instinto “salvavidas” inherente al ser humano, es la emoción de la supervivencia.

Así que ya tenemos la respuesta a nuestra pregunta: sin miedo moriríamos, sin esta emoción nuestra vida sería tan temeraria que a los pocos días ya no existiríamos.

Del mundo exterior al interior del cerebro

Pero, desde el punto de vista científico … ¿dónde se origina el miedo?

Los científicos establecen que el miedo nace en nuestro cerebro, y, a partir de aquí, se extiende a todo el cuerpo. El cerebro hace saltar todas las alarmas cuando detecta una posible amenaza.

Diversos estudios han determinado que el inicio del miedo se encuentra, en primer lugar, en nuestros órganos sensoriales (gusto / oído / olfato/ tacto) y que, a través de alguno de estos órganos sensoriales recibimos la información del exterior, señalando la existencia de una situación peligrosa o aparentemente peligrosa.

Esta señal es la que activa el siguiente eslabón de la cadena del miedo, entrando en escena otro gran protagonista, un pequeño órgano sito en el interior de nuestro cerebro; la amígdala cerebral (órgano del tamaño de una nuez compuesta por dos núcleos de neuronas)

Podemos considerar la amígdala como el botón de alarma del cerebro, capaz de alertar incluso antes de que seamos conscientes del peligro.

Cuando los estímulos llegan a la amígdala, éstos se distribuyen por dos caminos hacia el córtex cerebral (el tejido nervioso que cubre la superficie de los hemisferios cerebrales).

El camino más rápido de los dos provoca las reacciones espontáneas en todo el cuerpo (quedarse paralizado, huir o luchar).

El segundo camino, que es unas fracciones de segundo más lento, llega al córtex provocando una visión ordenada y clara de la amenaza, reforzando una de las tres acciones provocadas con anterioridad, o deteniéndolas por falsa alarma.

Cierto es que la mera sospecha de que nos pueda ocurrir algo malo desencadena una cascada química en nuestro interior, y saber como viaja la información desde los órganos sensoriales hasta los grupos de neuronas que trasladan la información en nuestro organismo pueden ayudar al tratamiento de trastornos emocionales como la ansiedad, donde la amígdala desempeña un papel fundamental.